Basándose en la famosa sentencia de Alain Finkielkraut, "El antirracismo es el comunismo del siglo XXI", el escritor francés Renaud Camus traza en su obra "El comunismo del Siglo XXI" el siguiente retrato del "hombre del antirracismo".
Las ambigüedades que atenazan, sin escapatoria posible, las palabras raza y racismo han permitido al antirracismo eliminar de las palabras, de las conversaciones, de los periódicos y de los demás medios de comunicación, así como del discurso político, pero ante todo –y esto es lo más grave– de la percepción misma que del mundo pueda tenerse, todo aquello que se refiera no solamente a las razas en sentido amplio –y en su (absurdo) sentido estrecho–, sino también a las etnias, a los pueblos, a las culturas, a las religiones en cuanto grupos o masas de individuos, a las civilizaciones en cuanto colectivos hereditarios, a los orígenes e incluso a las nacionalidades, en la medida en que éstas pretendan ser otra cosa que una mera pertenencia administrativa, una convención, una creación continua.
El hombre del antirracismo está desnudo ante su suerte, no viene de ninguna parte, ningún pasado le protege. Comienza consigo mismo, consigo mismo ahora. En un planeta idealmente “sin fronteras”, sin distinciones de ninguna clase y sin matices, es un viajero sin equipaje, un pobre diablo. En todo momento se disuelve como puede en una especie de morbo del comienzo perpetuo, de infantilismo instituido, de puerilidad de show televisivo. La pertenencia, desde el momento en que no es una mera convención, sanción administrativa o golpe de tampón administrativo (los famosos “papeles”), se percibe únicamente como una carga, una tara, un peso muerto, un molesto lastre del cual hay que desembarazarse lo más rápido posible, como de una herencia maldita”.
© Renaud Camus, Le Communisme du XXI Siècle. Xenia, 2007.
Extraído de El Manifiesto
El hombre del antirracismo está desnudo ante su suerte, no viene de ninguna parte, ningún pasado le protege. Comienza consigo mismo, consigo mismo ahora. En un planeta idealmente “sin fronteras”, sin distinciones de ninguna clase y sin matices, es un viajero sin equipaje, un pobre diablo. En todo momento se disuelve como puede en una especie de morbo del comienzo perpetuo, de infantilismo instituido, de puerilidad de show televisivo. La pertenencia, desde el momento en que no es una mera convención, sanción administrativa o golpe de tampón administrativo (los famosos “papeles”), se percibe únicamente como una carga, una tara, un peso muerto, un molesto lastre del cual hay que desembarazarse lo más rápido posible, como de una herencia maldita”.
© Renaud Camus, Le Communisme du XXI Siècle. Xenia, 2007.
Extraído de El Manifiesto
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