En verdad os digo, hermanos europeos, que sois como niños. No sabéis distinguir el bien del mal, lo bello de lo feo, lo justo de lo injusto, lo verdadero de lo falso. Basta con visitar vuestros museos o con recorrer vuestras ciudades para darse cuenta. Vivís en un caos. Ya no sabéis organizar ese caos porque os han confundido el espíritu. Y por eso vuestro mundo se os ha hecho incomprensible.
Habéis seguido las enseñanzas de malos maestros que os han inculcado el veneno del relativismo, y que os han hecho creer que todas las cosas tienen el mismo valor. Igualmente, han pretendido que podía existir una moral común a todos los hombres, y que esa moral es precisamente la vuestra. Han pretendido que las diferencias no existen ni entre los hombres ni entre los sexos. Estos errores los habéis a su vez trasmitido a vuestros hijos, rompiendo con la herencia de vuestros antepasados. Y después, habéis abandonado a vuestros hijos a ellos mismos, por miedo a ejercer vuestra autoridad. Ya no les enseñáis nada. Habéis dilapidado –porque era más fácil – el patrimonio de vuestra civilización, hermanos míos. Y eso es lo que habéis perdido. Porque, en verdad, esos malos pastores os han empujado hacia el camino del nihilismo.
Pero ahora vais a veréis obligados a reaprender todo lo que habéis olvidado, y ese aprendizaje será doloroso, hermanos míos.
Vais a volver a aprender que los hombres son diferentes y que su valor reposa precisamente sobre sus diferencias, y no sobre aquello que tienen en común. Porque lo cierto es que tienen bastantes pocas cosas en común. Eso también se os ha ocultado, pero eso que hoy en día se llama “inmigración” os obliga a redescubrirlo. Lo que funda el valor de la condición humana reside en aquello que no es común a todos los hombres. Porque sólo la animalidad es común a todos.
Os veréis obligados a reaprender que el hombre no es la medida de todas las cosas. Habéis divinizado el hombre e instaurado su culto. Para vuestros ancestros los dioses se hacían hombres. Pero vosotros habéis invertido el panteón europeo, pretendiendo que el hombre era superior a todo, incluso a los dioses. Seréis castigados por eso, hermanos míos.
Hoy descubrís estremecidos que un mundo reducido al único horizonte de la vida humana, la vuestra, está vacío de sentido y es desesperante; que el olvido de los dioses y los héroes os conduce a la Nada; que la dominación del becerro de oro no ha hecho el mundo más pequeño –como pensabais ingenuamente – sino solamente el horizonte de vuestra triste vida. Vuestras vidas han perdido todo sentido y habéis sido condenados, además, a vivir cada vez más tiempo. Es ése el infierno, hermanos míos.
Esos que vosotros llamáis terroristas os van a hacer redescubrir que hay cosas en el mundo que tienen más valor que el mantenimiento de vuestras pobres vidas, hermanos míos. Porque son vuestros soldados, y sólo ellos, los únicos que a partir de ahora tienen miedo a morir en la guerra. No hay más que ver como se equipan, incluso cuando sólo se enfrentan a niños.
Vosotros pretendéis que os habéis liberado de los dioses y que no creéis más que en la razón. Pero en realidad hoy cedéis por todas partes frente a aquéllos que sí han sabido guardar su fe en aquello que sobrepasa la dimensión humana.
Vuestra vida se ha reducido a la sola dimensión material, o sea a la obsolescencia y al consumo en las llamas del deseo. Porque el sistema económico que habéis puesto en marcha reposa sobre la renovación permanente del consumo de mercancías. No sois más que un engranaje de la economía, un poder adquisitivo y una fuerza de trabajo al servicio de mercaderes. Y lo que es peor, sólo a condición de que éstos no encuentren en otras partes del mundo una mano de obra menos cara o más dócil.
Ahora descubrís que vosotros también os habéis convertido en desechables, como los bienes materiales que no cesáis de comprar sin ninguna finalidad, únicamente porque obedecéis a los mandatos de la publicidad. En verdad, os habéis convertido en mercancías vosotros mismos. Vuestra vida sólo tiene valor mientras sea convertible en dinero.
¡Desgraciados los pobres, porque han perdido toda posibilidad de existir en este infierno económico!
En verdad os digo, habéis perdido la memoria del hombre.
Creéis ser los primeros hombres. Creéis que la historia ha comenzado con vosotros. Pero sois a la vez ignorantes y presuntuosos, hermanos míos.
Las civilizaciones humanas son más antiguas que la vuestra. Otras han existido, y el recuerdo se ha perdido. Como se ha desvanecido también la memoria de los cataclismos y tribulaciones que las han aniquilado.
Habéis también olvidado la naturaleza del hombre y su violencia. Pero ese olvido no os protegerá del juicio de la historia. Porque habéis de padecer la violencia de otros hombres, contra la cual no habéis sabido protegeros. Vuestros pésimos pastores pretenden asegurar por todas partes vuestra seguridad al tiempo que han destruido las fronteras, los Estados, las instituciones, las culturas y las disciplinas que protegen a los hombres de ellos mismos.
Vivís en la ilusión de estar en posición de imponer – con eso que vosotros pensáis constituye vuestra superioridad material – vuestras extrañas convicciones a todos los pueblos de la tierra. Pero esta ilusión también se disipará, hermanos míos. Porque vuestros malos pastores os ocultan que sois cada vez menos numerosos, que vuestra civilización ha envejecido y que ya no estáis en la posición de imponer nada a nadie. Porque los otros pueblos ya no creen en vosotros y ya no os temen. Ellos se instalan ya en vuestra casa, sin ninguna reacción por vuestra parte. Ya no tenéis el monopolio del saber. Y menos todavía el de la fuerza.
En verdad, sois como esclavos.
Ya no tenéis ni patria, ni familia, ni identidad: sólo tenéis patrones. Pero todavía amáis vuestra esclavitud porque creéis que ella os garantizará el bienestar material. ¡Esta ilusión se disipará también!
Vuestros malos pastores pretenden que sois cada vez más libres, pero solo lo hacen para perderos. Porque sólo os han entregado a las leyes despiadadas de la economía y al egoísmo de los que la dirigen. Os han sometido a las leyes de la materia, oscureciendo vuestro espíritu y destruyendo todo lo que podía protegeros. Eso es lo que ellos denominan la libertad. Pero lo que hoy llaman democracia no es más que la máscara de la esclavitud política, de la servidumbre económica y de la abyección moral, hermanos míos. Porque esos malos profetas os han trasformado en individuos, átomos humanos que se agitan creyendo encontrar en ellos mismos la única razón para vivir. Esta ilusión se disipará también.
En realidad se está disipando ya, pero vuestros ojos no lo ven, vuestras orejas no escuchan. Porque sólo veis el mundo a través de las pantallas que vuestros malos pastores han erigido ante vuestros ojos, para ocultaros la verdad.
En verdad, vivís en una caverna: tomáis las sombras que se reflejan en los muros por la realidad. Os habéis convertido en idólatras porque tomáis las imágenes por la realidad de las cosas.
No hay otra solución que salir de la caverna y romper todos los ídolos, hermanos míos. ¡Tomad vuestro martillo y golpead fuerte!
MICHEL GEOFFROY
Extraído de El Manifiesto
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miércoles, 23 de marzo de 2011
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