La progresía, que no la izquierda defensora de los justos derechos de los trabajadores, nos ha llevado hasta aquí, hasta la ansiedad de los jóvenes, el abandono de los mayores y la desmoralización de grandes capas de la población. Lo que en su día fue un respiro de libertad se ha transformado en la creación de castas parasitarias que viven del dinero público pregonando el estúpido y perverso “buenismo” que ha destrozado las estructuras sociales convirtiendo una sociedad abierta como defendía Karl Popper, y con la que estoy de acuerdo, en un terreno baldío liderado por imbéciles desestructuradores de psiques y facilitadores de la demolición total del espíritu y de la identidad occidental (¿Qué es sino, por ejemplo, la asignatura “Educación para la ciudadanía”?).
Esta gente, que ha sido una especie de metástasis cancerígena para Europa, todavía vive con la sensación de superioridad moral y ética, y se permiten considerarse los árbitros y moduladores de las sociedades equilibradas y justas. Ellos que han llevado a la descomposición familiar, al aumento del consumo de drogas, a la desamortización de la idea de pertenencia y al nihilismo narcisista a una gran parte de la población, que han arruinado a pequeñas y medianas empresas en pos de sus despilfarros clientelistas, ellos son los que diferencian el bien del mal y los que se atribuyen el criterio sobre lo que es correcto y lo que no.
Es evidente que la mayoría no queremos una vuelta atrás en determinadas libertades ni vivir bajo el dominio asfixiante de ningún dogma religioso llevado al extremo, no solo eso, sino que deseamos que nos dejen en paz en nuestras vidas personales para que las podamos dirigir a nuestra cuenta y riesgo. Pero sí que queremos una sociedad institucionalmente ordenada, propia, fuerte y con políticos al servicio de los ciudadanos y no de sus personales demagogias ni de sus miles de cortesanos. Y además queremos una sociedad que respete nuestros valores, nuestra historia y nuestra identidad.
Esta gente, que ha sido una especie de metástasis cancerígena para Europa, todavía vive con la sensación de superioridad moral y ética, y se permiten considerarse los árbitros y moduladores de las sociedades equilibradas y justas. Ellos que han llevado a la descomposición familiar, al aumento del consumo de drogas, a la desamortización de la idea de pertenencia y al nihilismo narcisista a una gran parte de la población, que han arruinado a pequeñas y medianas empresas en pos de sus despilfarros clientelistas, ellos son los que diferencian el bien del mal y los que se atribuyen el criterio sobre lo que es correcto y lo que no.
Es evidente que la mayoría no queremos una vuelta atrás en determinadas libertades ni vivir bajo el dominio asfixiante de ningún dogma religioso llevado al extremo, no solo eso, sino que deseamos que nos dejen en paz en nuestras vidas personales para que las podamos dirigir a nuestra cuenta y riesgo. Pero sí que queremos una sociedad institucionalmente ordenada, propia, fuerte y con políticos al servicio de los ciudadanos y no de sus personales demagogias ni de sus miles de cortesanos. Y además queremos una sociedad que respete nuestros valores, nuestra historia y nuestra identidad.
Esto que para la progresía es extremismo no es más que la defensa justa de todas las personas víctimas de sus fechorías: ¿qué haces con un joven de veinticinco años que no tiene futuro ni espera tenerlo, aunque tenga licenciatura y algo más?, ¿con un pequeño empresario que tiene que cerrar su negocio?, ¿con una familia con todos sus miembros en paro?, ¿con alguien que no se siente amparado por la sociedad y que se pasa el día mirando por la pantalla del ordenador?, ¿qué hacen los médicos de la sanidad pública atendiendo tanto estrés y somatización producto de la soledad, del vacío?, ¿qué hacen tantos profesores de las periferias urbanas que van a los institutos para ser insultados y vejados día a día? ¿Doctrina “buenista”? ¿”Educación para la ciudadanía”? ¡A la mierda!
No sé como la sociedad no se rebela y permanece impasible ante vuestra dictadura, ante vuestra permanente sonrisa de barrigas sostenidas por los impuestos públicos, antes vuestro chantajes continuos y permanentes contra aquellos que pretenden desvelar la realidad de la gente común, ante esa actitud tan profundamente insolidaria con vuestros compatriotas y ante el nepotismo con el que jugáis a sentiros buenos y perfectos. Da lo mismo de que estopa seáis, no os interesa más que vuestra permanencia en la cúspide de la pirámide aunque pronto no haya pirámide sobre la que sosteneros.
La gente de la que abusáis, a la que habéis convertido en carne de cañón para vuestros trapicheos algún día se cansará, y dará la vuelta al triangulito, y espero que todo ello se haga sin perder la democracia, porque sería muy lamentable que por culpa de vosotros, sátrapas, perdiéramos las libertades con las que cualquier individuo tiene derecho a vivir en dignidad.
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