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lunes, 30 de agosto de 2010

Formación Política II

Continuamos la labor de la formación política de los camaradas y curiosos visitantes del blog. Ésta vez, de la mano de Jose Luis Arrese, titulado "El problema del paro" de tanta actualidad hoy en día, por desgracia.
Que disfruteis y asimileis la interesantísima doctrina Nacional- Sindicalista.

Todos los españoles tienen derecho al trabajo. Las entidades públicas sostendrán necesariamente a quienes se hallen en paro forzoso.
Y algún malintencionado preguntará: entonces. ¿es el subsidio la solución que se propugna? ¿se conforma el nacional-sindicalismo con sostener al parado?
De ninguna manera. Decímos, sí, que llegaremos hasta el subsidio, hasta sostener al parado antes que dejarlo morir de hambre; pero no para expresar nuestra solución, sino para expresar nuestra decisión.
Nuestra solución está en la constitución misma del nacional-sindicalismo. El subsidio como solución sería el mayor de los disparates.
En efecto; hemos dicho anteriormente que de la obligación del trabajo se deduce la obligatoriedad del Estado a proporcionar trabajo, o sea la obligatoriedad del Estado a solucionar el paro.
Pues bien; fijémonos que decimos obligación porque el paro no es para nosotros lo que para las modernas democracias: "un hecho inoportuno que se desea olvidar, un motivo de caridad, un fenómeno económico a resolver por los recursos científicos de la Economía Política, un arma para la oposición" (Salvador Madariaga, Anarquía o Jerarquía), sino que su solución es un deber del Estado y un derecho del invididuo.
Por tanto, no se diga que está solucionado el problema con subsidiar al parado. El subsidio es una caridad, el trabajo es una obligación; no se puede recibir como limosna lo que se debe recibir como derecho.
Pero hay otra razón para no recomendar las migajas del subsidio, y es que en la práctica el subsidio, lejos de remediar el paro, lo aumenta. Dos clases hay de obreros entre los que quedan parados: el obrero honrado y trabajador que no encuentra colocación por falta de trabajo y el obrero vago que para voluntariamente o es despedido por inútil o indeseable.
Al primero hay que darle trabajo por obligación; al segundo hay que darle el correctivo que marque la ley de vagos, también por obligación.
Darles, en cambio, a los dos grupos un subsidio es, además de no solucionar el problema del que quiere trabajar, fomentar la vagancia del que no lo quiere, ayudándole a encontrar la forma de vivir cómodamente.
El subsidio es la manera de reconocer y proteger legalmente el derecho a la vagancia.
Hecha, pues, la aclaración anterior, entremos en el estudio del problema del paro. Sus causas y sus soluciones.
"La causa fundamental del paro es el principio liberal individualista que informa el actual sistema económico. Este, en lugar de tender a satisfacer las necesidades nacionales, organiza la producción en forma de obtener la máxima ganancia posible en beneficio de los grupos dueños de los medios de producción.

Esta tendencia les lleva a la aplicación de la técnica sin consideración para el hombre, y en vez de servir para humanizar el trabajo desplaza a aquél de los talleres, fábricas, campo, etc.
Son factores que influyen también en la extensión del paro las luchas partidistas, que posponen los problemas vivos de la economía a los juegos políticos; la falta de crédito, que impide a los labradores modestos mejorar sus cultivos, y la política de comercio, que no se orienta, apoyada en las principales fuentes de riqueza, a buscar mercado a los productos" (Informe del Consejo nacional de Falange Española, 15 de Noviembre de 1935).

Una es, por tanto, la solución del nacional sindicalismo: la transformación del Estado liberal en un Estado justo y estructurador; en un estado como el nuestro, que tiene como pilares de su programa los dos postulados siguientes:
1.º Justicia en lo social.
2.º Orden en lo económico.

Con la justicia social borramos de un solo plumazo la lucha de clases, esa lucha que tanto retrae a la iniciativa privada, por su secuela de huelgas, intranquilidades, alternativas de precios y sabotajes.
Las propagandas marxistas del último siglo han hecho creer al obrero y al patrono que sus reclamaciones son en todo momento irreconciliables. En realidad, nadie podrá demostrar esa incompatibilidad más que recurriendo al latiguillo follestinesco y de mitin.
Si en vez de empeñarse esos pseudoapoóstoles de la revolución eb descargar los puntos de divergencia se hubieran dedicado a estudiar objetivamente y sin pasión los de contacto, hubieran encontrado absurdo que dos elementos tan íntimamente unidos y de intereses tan entremezclados se pararar a discutir como enemigos irreconciliables.
La paz social es el primer paso que el nacional-sindicalismo da en su camino solucionista.
El segundo paso es la implantación de un orden en lo económico; es decir, la "estructuración de la economía en sentido orgánico" (Informe del Consejo de Falange Española, 15 de Noviembre de 1935).
Con esta estructuración, el Estado nacional-sindicalista pondrá orden en la anarquía actual, redistribuyendo los sembradíos con un sentido moral y nacional de mejoramiento, llevando las industrias a las comarcas más apropiadas, equilibrando la producción y el consumo.
Así, el Estado sabrá en todo momento (porque tendrá sus tentáculos abarcando todas las manifestaciones de la economía nacional) dónde y cómo debemos producir riqueza, qué rama de la industria, de la agricultura, de la minería o del comercio debemos incrementar; qué carreteras construir, qué ferrocarriles, qué saltos de agua, qué ocupación en una palabra, podemos dar lucrativamente en un instante determinado a la masa de parados.

El Estado tendrá, además (para luego desarrollarlo en la intensidad proporcional a las necesidades del paro), un plan completo de obras esenciales. Obras que, tarde o temprano, y sin que el paro existiera, habría que hacer para crear la España que anhelamos. Obras además, que vayan encaminadas a absorver el paro no solamente en su período constructivo, sino también después en su período productivo, en la vida funcional de la riqueza creada; porque debemos elaborar y seleccionar el plan de tal manera que el empleo de brazos sea como quien dice por partida doble.
Antes, este plan de obras se hacían con ruindad, y era natural; no se intentaba solucionar el paro, se intentaba solamente ocultarlo durante la vida de un gobierno, durante una cantidad de tiempo marcado por la política y con fines más o menos electorales.
No se hacían planes completos porque éstos hubieran sido "planes a larga vista imposibles de realizar por gobiernos cuya vida se cuenta por semanas" (Ruiz de Aida, Mitin de Briviesca, 29 de Diciembre de 1935).

Nosotros hemos de hacer un plan total supeditado a la organización económica que propugnamos; hemos de tener un programa completo y cumplirlo por encima de todo, a pesar de todo. ¿Que es largo? No importa; más larga ha de ser la vida del gobierno futuro. Ya es hora de que se convezan los esclaradores de que ha pasado la hora de las camarillas ministeriales.
Nuestro plan no ha de ser, como en otros países, ni preconizador del gasto, ni preconizador del ahorro, sino preconizador del trabajo. ¿Que esto puede resultar caro? Más nos debe doler el aumento del paro que el aumento del presupuesto.
Además, no hay otro remedio; es una obligación del Estado.
Solamente debemos mirar que este plan sea completo, definitivo y que tenga por lema "dar trabajo creando riqueza", no como se ha hecho en Madrid, por ejemplo, en estos últimos años, que se daba trabajo levantando el adoquinado de las calles para volverlo a poner.
¡Cuando hay tantos pueblos sin Iglesia, sin escuela, sin caminos vecinales, sin agua y sin luz!
En Italia, por ejemplo, se han desecado bajo la era fascista las pestilentes lagunas Pontinas. Era una necesidad sanitaria, hubieran habido que hacerlo tarde o temprano; pero con ello se hizo también un bien definitivo al paro obrero, porque no sólo se emplearon brazos en el período de drenaje y saneamiento, sino que después, y para siempre, esas tierras hoy saneadas y salubres entraron en producción, y esta producción absorberá indefinidamente miles de brazos que de otra manera hubieran vuelto a quedar en paro al acabarse el esfuerzo constructivo.

En cuanto a la segunda modalidad, del paro, la del paro intelectual, tan extendido proporcionalmente como el manual, y aunque menos conocido por su menor número, más triste por la tragedia muda del abandono en el que está la sufrida clase media, ha sido por estas mismas causas olvidada.
En la política democráctica, los gobiernos no se ocupaban de un problema hasta sentir la presión de la calle, y como, naturalmente, no se podía formar una manifestación de cien mil arquitectos o ingenieros parados, ni su capacidad intelectual les permitía una huelga, ni su número hacer una campaña electoral propia, no les cabía en la democracia, para la que sólo el número y la fuerza pesaban, lo que en la futura "democracia" sindicalista encontrarán: oído para sus quejas y atención para sus llamadas.
Ahora bien; ¿cuáles son las causas especiales del paro intelectual, además de la crisis económica? El individualismo profesional y la crisis espiritual.
El individualismo está superado por el sindicato, que no sólo será una oficina de colocación, sino también de defensa contra la inmigración extranjera, el intrusismo, la superpoblación técnica y la indignidad profesional.
En España hay colocados y pagados por empresas españolas 53.000 técnicos extranjeros que, naturalmente ocupan el puesto de otros tantos españoles parados. El mal no proviene de la mejor formación del técnico extranjero (del número anterior, escasamente se podría sacar un 2 por 1.000 de especialistas insustituíbles), sino de la falta de patriotismo, del mezquino concepto que tenemos de que lo extranjero es mejor, y así, una enorme cantidad de medianías que difícilmente se hubieran abierto camino en su país vienen, amparados en nuestra idiotez, a ocupar los puestos mejor pagados y más considerados de la Nación.
La solución en estos casos es bien clara. Todo español que tenga un técnico extranjero podrá seguir teniéndolo, pero abonando otro sueldo igual al sindicato correspondiente para que éste lo dedique a los técnicos nacionales parados. Quien quiera un lujo que lo pague, y quien no tenga patriotismo que lo aprenda.
La segunda protección sindical será la obligación de titulo académico oficialmente reconocido; es decir, la persecución del intrusismo. No cabe duda que si el Estado crea una jerarquía intelectual basada en la instrucción oficial o particular, pero titulada, debe proteger esos títulos; porque si después de los años invertidos en los centros de enseñanza se llega al mismo estado de igualdad que los no titulados, una de dos: o sobran los centros de enseñanza o sobran los estudios de esos centros, ya que es muy de presumir que el que no tiene título es porque no ha seguido con la normalidad y amplitud necesarias los estudios convenientes.

La tercera protección sindical sería contra la superpoblación técnica. "Para dignificar las profesiones liberales e impedir la congestión titular se restringirá el acceso a los centros superiores de enseñanza, exigiéndose pruebas de competencia" (Informe del Consejo Nacional de Falange Española, el 15 de Noviembre de 1935).
El sindicato correspondiente (agrario, industrial, sanitario, etcétera) marcará cada año el número conveniente de estudiantes (ingenieros agrícolas, industriales, médicos, etc.), y éstos serán seleccionados entre los aspirantes por su mayor competencia, con lo que conseguiremos dos cosas: una, la creación de una aristocracia moral; otra, la aminoración del paro profesional.

Por último, como arma de amparo exclusivo al intelectual digno, se crearán en los sindicatos técnicos tribunales de depuración profesional. No todo el que acabe una carrera, sino el que sea digno de ejercerla, tendrá amparo en nuestro Estado, y en canalla, llámese médico, o abogado, o arquitecto, o farmacéutico que haga de su carrera mercadería y ponga su cerebro al servicio del dinero y no de la profesión, perderá su carrera.
En el Estado liberal, el técnico tiene más libertad y más necesidad de deshonrarse. Si no hubiera pillos, ¿de qué vivirían tanto médico, tanto farmacéutico de secano? El negocio está precisamente en procurar que los haya, en forma comandita con ellos.
En el Estado Nacional-sindicalista ni se tolerará esa libertad ni esa necesidad, porque nada hay, ni el hambre, que justifique una inmoralidad, y por tanto no habrá hambre.
Para nosotros, el título profesional no es un derecho más: es un deber más; y a los jueces que se "inclinan", a los médicos que sirven de tapadera, a los abogados que defienden pleitos indignos o sin razón o cizañan para que los haya, a los arquitectos que emiten informes perijates o tasaciones tendenciosos, los hemos de buscar con lupa y los hemos de exterminar para formar nuestros sindicatos, sin abogados picapleitos ni médicos inmorales, ni arquitectos firmones.
Hemos de formar nuestros sindicatos con lo sano de la Patria, y lo insano, lo indigno, que emigre a países más contentadizos o que se pudran despreciados en el nuestro.

La crisis espiritual es la crisis del siglo libero-marxista.
"En estos tiempos materialistas y materializados en que vivimos, en los que del músculo se ha hecho un mito y del hombre una máquina, no puede extrañarnos, y es lógico que suceda, que el paro intelectual cada vez sea más grave, y que, sin embargo, ni preocupe ni se atienda como se merece. A lo sumo, vemos en él una consecuencia de la crisis económica que aqueja a la Humanidad, una secuela de los tastornos que sufrimos; pero, en cambio, despreciamos la verdadera significación del fenómeno, prescindimos de su auténtico carácter, en cuanto es la prueba evidente y apreciable de la decadencia espiritual de nuestra época" (Raimundo Fernández Cuesta, El paro intelectual).

El materialismo había desplazado a la inteligencia, como el tabernero arrinconaría un pergamino viejo, y a la inteligencia, como al pergamino viejo, no le quedaba otro recurso que esperar tiempos mejores o servir de pellejo en la taberna.
No hablemos aquí de soluciones especiales al problema espiritual; todo nuestro programa es una inmensa solución, y en él la inteligencia (ese pergamino viejo que nos habla de nuestros héroes, de nuestros juglares, de nuestros sabios) ni tendrá que mercantilizarse ni tendrá que empolvarse.
Le llegaron ya sus tiempos mejores.

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