
Admito que no se ve a nadie cubierto con un burka por estos lares, y que la vez que lo vi me causó una extraña impresión, pero reconozcamos que una extraña impresión también nos causa hoy ver a un franciscano por la calle, y si me apuran hasta un cura con sotana. No sé qué impresión causaría un druida, pero me parece que aún siendo parte de las más antiguas tradiciones europeas, no le iría nada bien en las calles de la nueva Europa.
¿Qué quiero decir con esto? Quiero decir que es válido impugnar la presencia de costumbres extrañas a nuestro propio pueblo cuando lo que defendemos es un territorio sobre el que desplegamos la tensión de una soberanía espiritual. Ésta implica haber mantenido un alma como comunidad y la disposición a luchar efectivamente por un territorio, así como a ejercer la cultura y las tradiciones heredadas de nuestros antepasados. Cuando lo que hacemos es solamente vivir una vida burguesa, individualista, calculadora y blanda en medio del reino de un sistema absolutamente antiespiritual, ya la cosa se asemeja más a la histeria de un burgués asustado que a la afirmación de algo verdadero.
Creo que las sucesivas capas de Ilustración, progresismo, racionalismo, tecnicismo y consumismo que sepultan a Europa harán muy difícil el surgimiento de un tipo de hombre comprometido con un poder trascendente que la redima. Si no, observemos muy bien la soledad de quienes verdaderamente luchan por Europa y son por eso perseguidos. Aunque esa misma soledad y sacrificio los enaltezca.
En Roma había muchas realidades espirituales diferentes. Sin embargo, Roma no peligraba mientras su poder político y militar conservaba una fuerte base sagrada que le daba a su misión histórica un sentido superior. Cuando los vicios y el comercio prevalecieron, pueblos más fuertes como los germanos tomaron la posta de Roma. Más tarde, el cristianismo vino a dar otro contenido religioso a los nuevos tiempos.
Caemos con nuestros dioses, al igual que otros se levantan con los suyos. Con burka o sin él, es el corazón de un pueblo el que lo sostiene. Si este se ha secado, solamente oiremos la histérica voz de un burgués muy pequeño y muy asustado…de él mismo, que no es más real que la pantalla plana de su televisor.
JUAN PABLO VITALI
Extraído de El Manifiesto
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