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miércoles, 11 de agosto de 2010

LA ESPAÑA QUE DICE "YO SOY ESPAÑOL"

Durante un mes la bandera de España ha dejado de estar encerrada para situarse en ese rasgo de normalidad que es verla integrada dentro en el paisaje español. Lo que en otros países resulta usual en España parecía estar proscrito o reducido a los ámbitos oficiales. Durante años se ha buscado, para mí conscientemente, reducir la presencia de los símbolos nacionales a lo que dicta la ley, y en algunos puntos de la geografía hispana, dominados por los nacionalistas, ni eso. Súmese a ello la aversión que una parte de la izquierda española ha mostrado a la bandera española o la absurda reivindicación de esa anomalía histórico-política que fue la bandera de la II República española erróneamente identificada con el republicanismo. El objetivo, para mí al menos, resulta claro: derruir la idea y el concepto de España para reducirlo a una entidad puramente administrativa. Operación de ingeniería social, de impulso político, realizada desde arriba.

No se necesitan expertos sociólogos para constatar el hecho evidente que desde hace unos años se ha producido una expansión del uso de la bandera española, de los colores nacionales, bajo el impulso de los éxitos deportivos. Y el deporte es en las sociedades ricas y desarrolladas un elemento de afirmación del yo colectivo, ya sea de carácter local o nacional. La profusión de banderas, la recurrencia en el sonar del himno nacional, han contribuido a popularizar, especialmente entre las nuevas generaciones, los símbolos nacionales contribuyendo a establecer la identificación identitaria que se buscaba proscribir. La última expresión de ese proceso es el cántico del “soy español, español, español…”, canto que encierra toda una percepción ya que se trata de una afirmación teóricamente innecesaria pero que dada la expansión de una aparente aversión a la idea de España parece necesaria.

Nadie puede obviar que este fenómeno se ha multiplicado en el último mes sacudiendo a muchos merced al campeonato mundial de fútbol, por lo que conlleva de deporte de masas seguido por millones de personas. La proliferación de banderas españolas en coches y casas que se ha producido en este mes, la resaca y prolongación que implicará el triunfo de la selección nacional española (la roja que también y tan bien juega de azul) supone, con los matices y limitaciones que se quiera, una exaltación de España. En algunos puntos de la geografía, en aquellos lugares marcados por la presión nacionalista o nacionalista-socialista, lo que ha sucedido durante el campeonato de fútbol es que se ha producido una especie de liberación, de protesta ciudadana, de exteriorización de los sentimientos ocultos que muchos consideraban ya apagados o recluidos en los espacios del silencio. En esos puntos han florecido unas banderas de España en las casas que, en tiempo normal, a nadie se le ocurriría colocar por la presión ambiental. Las concentraciones de ciudadanos ante pantallas gigantes con banderas y pancartas son un síntoma.
Buen ejemplo de ello es lo acontecido en Cataluña. Allí la conjunción nacionalista y socialista gobernante ha intentando, por todos los medios, limitar los efectos de la oleada rojigualda. De ahí el absurdo de evitar que se instalaran pantallas en las calles y plazas. De ahí que los nacionalistas radicales, Puigcercos o Carod, hayan mostrado su preocupación por esta exhibición, o que Carod, ascendiendo hasta el último peldaño de la imbecilidad, dijera que como no era su selección no tenía interés en ver los partidos. Preocupación en los ambientes nacionalistas-socialistas catalanes porque los éxitos de la selección nacional y la exhibición de banderas, incluso allí, coincidían con la sentencia del Estatuto y la manifestación antiespañola exaltada hasta los límites de lo increíble por la Televisión española (quizás debiera escribir ex-pañola), manifestación hinchada hasta el absurdo por algunos medios. La respuesta la dieron las decenas de miles de catalanes que siguieron en las pantallas instaladas a regañadientes el triunfo de España con pancartas como “No nos engañan, Cataluña es España”.

En definitiva lo que hemos visto es la expresión plástica de esa otra España que se identifica con una frase: “yo soy español, español, español”.

Francisco TORRES

Extraído de Bitácora PI

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