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martes, 26 de octubre de 2010

Los diablos a los que ataca el pensamiento "políticamente correcto"

“La ideología de Baroja —escribe Víctor Moreno— apesta, y si se pasase ésta por un escáner que midiera su compatibilidad con los Derechos Humanos su obra quedaría condenada al más frío de los silencios”. La “corrección política” ofrece, en efecto, una posibilidad pintoresca: convocar a cualquier luminaria de la cultura occidental a que responda en juicio póstumo por sus ofensas a los Derechos Humanos.

O lo que es lo mismo: cualquier mediocre de hoy en día puede hacerse un nombre denunciando a tal o cual creador o pensador del pasado por “nazi”, racista, homófobo o sexista.

En un momento u otro, a lo largo de las últimas décadas han sido convocados a responder por sus culpas autores como: Georges Bataille, George Orwell, Ernest Renan, Georges Dumézil, Emile Cioran, Mircia Eliade, Léo Malet, Ezra Pound, Colette, Baudelaire, Knut Hamsum, Lucien Rebatet, C. G. Jung, Henry de Montherlant, Robert Brasillach, Carl Schmitt, Ernst Jünger, Jack London, Margueritte Yourcenar, Martin Heidegger, Richard Wagner, Friedrich Nietzsche, William Shakespeare, Voltaire, Balzac, Dostoyevsky, Pío Baroja, Jorge Luis Borges y muchos otros.

Y ya puestos, el escritor francés Philippe Sollers ofrecía no hace mucho tiempo (en un libro de entrevistas con Alain Finkielkraut) la siguiente lista de candidatos, procedentes del mundo de las letras, a la vergüenza y proscripción moral (Ce que peut la littérature. Gallimard 2006, pags 190-191):

André Gide, el pedófilo nobel; Karl Marx; el carnicero de la humanidad, Friedrich Nietzsche, la bestia de mostacho rubio; Freud, el anti-Moisés libidinoso; Martin Heidegger; el genocida que sabía griego; Louis Ferdinand Céline, el vociferador abyecto; Jean Genet; el pedófilo amigo de terroristas; Henry Miller, el misógino senil; Georges Bataille, el extático fascistoide; Antonin Artaud, el antisocial frenético; Jean-Paul Sastre, el bendecidor del Gulag; Louis Aragon, falso heterosexual y cantor del KGB; Ezra Pound, el traidor chino-mussoliniano; Hemingway, el machista asesino de animales; William Faulkner, el negrero alcohólico; Vladimir Nabokov, el aristócrata coleccionista de mariposas/pedófilo; Voltaire, el denigrador de la Biblia y el Corán (totalitario en potencia); el Marqués de Sade, nazi primordial; Fedor Dostoyesvsky, el epiléptico nacionalista; Gustave Flaubert, el solterón que odiaba al pueblo; Baudelaire, el sifilítico lesbiano; Marcel Proust, el judío integrado e invertido; Drieu la Rochelle, el dandy hitleriano; Paul Morand, el Embajador colaboracionista; Shakespeare, el antisemita de Venecia; Balzac, el reaccionario fanático… etcétera, etcétera”

Parafraseando a Finkielkraut, podríamos añadir que, puestos a adoptar de cara al pasado la postura del fiscal antifascista, antirracista, antisexista, anti-homófobo, radicalmente igualitario y orgulloso de todas las Pride, entonces ningún filósofo, artista o escritor le llega a la suela de los zapatos de cualquier militante de “SOS Racismo”, o de los lectores de “El País Semanal”.

En cualquier caso, la tendencia es ya a otorgar los premios y distinciones literarias tanto o más por el ejemplo edificante del autor (por su “trayectoria vital”, por su “coherencia personal”) que por el contenido de la obra en sí.

O sea, por el compromiso con las lesbianas, o con la causa de los mapuches…

Los probos y honrados ciudadanos pueden dormir tranquilos.

Extraído de El Manifiesto

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