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sábado, 18 de septiembre de 2010

EL SUICIDIO DEMOGRÁFICO DE ESPAÑA. Un problema gravísimo, del que se habla poquísimo.

No es un problema exclusivo de España, sino de casi todo el mundo desarrollado y en desarrollo, pero aquí es particularmente agudo. Nuestras tasas de natalidad son tan raquíticas que equivalen a un suicidio demográfico a cámara lenta del pueblo español. Y nos abocan a una estructura de población cada vez más envejecida y probablemente menguante, con consecuencias muy ingratas en materia económica y social.

Es algo que no parece preocupar lo debido a los españoles y a sus clases dirigentes e intelectuales, a juzgar por lo poco que, para su enorme gravedad, se habla y publica sobre esta cuestión, y lo poquísimo que se hace para tratar de solucionarla.
En este artículo, que contiene datos muy impactantes, se analizará la evolución demográfica reciente de España, las previsibles consecuencias para nuestra economía y sociedad del tsunami de canas en ciernes, y los posibles remedios y soluciones.

El estado de la cuestión demográfica

Desde 1861 a 1980, en España nacieron prácticamente todos los años entre 600.000 y 700.000 personas, salvo períodos tan difíciles como 1937-1939 y 1941-1942. Como la esperanza de vida no paró de mejorar desde 1900, gracias sobre todo a los avances de la medicina, la higiene y una mejor alimentación, aunque las tasas de nacimientos por mil habitantes descendieron de forma paulatina a lo largo del siglo XX, la población española crecía de forma continua, algo muy positivo para nuestra economía y signo de vitalidad de la sociedad española.

Pero el número de nacimientos cayó en picado a partir de 1977, disminuyendo un 46% en menos de dos décadas (!!!), hasta unos 363.000 en 1995-1996, cuando nuestra natalidad tocó fondo. Desde entonces, gracias sobre todo a los inmigrantes, hemos llegado a 518.000 nacimientos en 2008, cifra que descendió ligeramente, hasta 509.000, en 2009. Pero la inmigración se ha frenado en seco con la crisis.

Según el avance de datos del padrón municipal recién publicados por el INE, si a finales de 2007 había 749.000 extranjeros más empadronados que un año antes, y al terminar 2008 había 380.000 más, en los siguientes doce meses esta cifra apenas creció en 60.000 personas. Esta caída del 92% en dos años del incremento anual del número de inmigrantes empadronados, combinada con el hecho de que muchos extranjeros que abandonan España no acuden a su ayuntamiento a darse de baja en el padrón -por ahorrarse el trámite, y más si prevén, o cuando menos no descartan, un eventual regreso a España en el futuro, algo especialmente lógico en el caso de los rumanos / inmigrantes comunitarios y magrebíes-, indicaría un flujo migratorio neto negativo desde mediados o finales de 2009.

Y como la fecundidad de los inmigrantes también suele caer drásticamente cuando se acostumbran a nuestro modo de vida, con la excepción parcial de los musulmanes, es posible que a lo largo de 2010 o en 2011 comencemos a perder población, algo que no sucedía desde la guerra civil, y que no ayudaría precisamente a una recuperación vigorosa de nuestra economía de la actual recesión.


En la muy envejecida Alemania, donde el invierno demográfico comenzó antes que aquí, la población disminuye desde 2004, y muere más gente de la que nace desde, por lo menos, 1998. Esto explica mucho de por qué, en la última década, Alemania ha crecido menos que la eurozona prácticamente todos los años, su consumo es débil, y su tasa de ahorro, elevada.

Algo similar pero peor cabe decir de Japón, el país más envejecido del mundo, cuya economía sigue sin recuperarse de la burbuja inmobiliaria-bursátil de hace veinte años, y que si antaño fue imperio “del sol naciente”, hoy se le podría llamar “del nipón menguante”, pues pierde población y sus perspectivas demográficas son horrorosas.

Con nuestras actuales tasas de fecundidad (estimadas por el INE en 1,44 hijos por mujer en 2009), aun necesitaríamos casi un 50% más de nacimientos, unos 250.000 al año, simplemente para asegurar el reemplazo de la población (2,1 hijos por mujer, una tasa desconocida en España desde hace treinta años).

Y si al comienzo del reinado de D. Juan Carlos I los nacimientos superaban a las muertes por millar de españoles en más de diez, a finales de los años 90 estuvimos al borde del decrecimiento vegetativo (más defunciones que nacimientos), algo que sólo evitamos por poco al acudir en masa inmigrantes a España.

Pero este aflujo de extranjeros se ha reducido drásticamente con la crisis económica, y porque ya no es viable permitir una inmigración masiva, por su impopularidad y por la presión de la Unión Europea.

La España que languidece, y la que la sustituye en parte

El INE estima que en 2009 murió más gente de la que nació en dieciocho provincias españolas, según puede apreciarse en la tabla adjunta, cuyos datos muestran un deterioro espeluznante de nuestra vitalidad demográfica. Entre las provincias con saldo vegetativo negativo figura la otrora boyante Vizcaya, en la que hace sólo un tercio de siglo nacían doce personas más de las que fallecían por cada mil habitantes.

El año pasado fallecieron más de dos personas por cada bebé en Lugo, Orense y Zamora. En Asturias, murieron 1,6 personas por cada nacimiento. En siete de las ocho provincias castellanoleonesas falleció más gente de la que vino al mundo, y lo mismo sucedió en las cuatro provincias gallegas. Y aunque otras provincias y regiones, sin llegar ni de lejos a los nacimientos necesarios para el reemplazo de la población, presentan un mejor perfil demográfico (como Madrid, Murcia, Cataluña, Valencia, Baleares o Andalucía), en casi todos los casos esto se debe, en lo esencial, a los inmigrantes.

Y si en 1996 sólo el 3,3% de los nacidos en España tenían madre extranjera, en 2008 este porcentaje alcanzó el 20,7% (siendo los inmigrantes sólo el 12% de la población actual de España), proporción que llegó casi al 36% en Gerona y superó el 30% en cinco provincias más (Lérida, Tarragona, Almería, Baleares y Castellón), sobrepasando el 25% en La Rioja, Madrid, Segovia, Soria, Teruel, Alicante, Murcia, Barcelona, Cuenca, Huesca y Zaragoza.

Los datos del INE sólo contienen dos noticias excelentes

Una es magnífica para todos: nuestra esperanza de vida al nacer sigue creciendo, a razón de casi tres meses por año. Paradójicamente, como no tengamos más hijos / jóvenes que nos sostengan en la vejez, ese extra de esperanza de vida podría tener sabor agridulce a la postre, al desequilibrar aún más la pirámide de población, haciéndola cada vez más cabezona en las edades avanzadas respecto de las franjas de edades intermedias, las que mueven la economía.

Y la otra noticia también es excelente, pero sólo para los amantes de la Alianza de las Civilizaciones, la religión islámica y sus valores: el porcentaje de nacidos en España de madre musulmana no deja de crecer. La madre de casi el 5% de los bebés españoles de 2008 es marroquí, porcentaje que crece año a año y que casi se duplica en Cataluña -donde, precisamente, están surgiendo los primeros partidos “inmigrófobos” de España-, Murcia o La Rioja. Lógicamente, la proporción es muy superior en Ceuta y Melilla, con un 17% y un 34%, respectivamente, de hijos de madre marroquí en 2008.

Y si a los nuevos españoles de madre marroquí añadimos el resto de los de madre africana, en su gran mayoría de religión mahometana, y los de madre paquistaní o siria, los porcentajes de hijos de mujer musulmana superan el 9% también en Aragón o Baleares. Ahora bien, siendo justos, si los marroquíes y musulmanes ganan sin parar cuota étnico-religiosa en España es, sobre todo porque los seguidores de Mahoma, en su inmensa mayoría, hacen simplemente lo que deben, de acuerdo con su condición humana y su religión: tener hijos, buscarse la vida donde mejor puedan encontrarla, y propalar sus creencias.

Y la raíz profunda del posible problema de esto para España -del que los recientes incidentes en la mezquita de Córdoba o el incidente del velo en un colegio de Pozuelo podrían ser apenas un aperitivo- no son quienes, no habiendo nacido en España y siendo de religión y/o costumbres muy distintas a las nuestras, tratan de ocupar el apetecible vacío que produce nuestra infertilidad colectiva, sino esta última, el rey desnudo de este triste cuento.

Fuente: Bitácora PI

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