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viernes, 10 de septiembre de 2010

FORMACIÓN POLÍTICA III

Para esta semana he escogido parte de un discurso de Adolf Hitler que me gusta especialmente, que es la Apertura del Congreso de Nüremberg de 1933. Como para esta vez dispongo de más tiempo, me permitiré el lujo de extenderme más de lo previsto para que disfruteis de este genio pintor, militar y político, por este mismo orden que puso en jaque a dos vertientes del sionismo: por un lado a las democracias liberal-burguesas que oprimen a la clase obrera y acaban con el mundo y su diversidad y; por el otro, las dictaduras comunistas fratricidas que debilitan al pueblo como unidad indivisible en pro de una empresa común llamada Nación.
Sin más que decir por mi parte, os dejo ya con el susodicho artículo:

Cuando, en 1919, se creó el movimiento nacionalsocialista con el fin de instaurar un nuevo régimen en lugar de la república marxista democrática, esa empresa parecía ser de una locura desesperada. Eran precisamente los espíritus positivos, razonables los que, gracias a una cultura histórica superficial, no encontraban frente a tal tentativa sino, todo lo más, una sonrisa compasiva.
Que Alemania afrontaba malos tiempos, la mayor parte de ellos lo habían comprendido demasiado bien. Que los dueños del estado de noviembre eran de un lado malos y del otro, sin duda, también demasiado incapaces como para poder dirigir a nuestro pueblo con éxito, la mayor parte de la sedicente intelectualidad nacional lo había comprendido sin problemas en su fuero interior.
Pero lo que no reconocían es que la victoria sobre ese nuevo régimen no podía ser obtenida por fuerzas que, desde hacía cincuenta años, estaban retrocediendo ante la ofensiva del marxismo, antes de acabar, en último extremo, por rendirse calamitosamente. Esto tenía que ver también cn el envejecimiento personal de los anteriores dirigentes políticos nacionales del estado.
No podían y no querían darse cuenta del tiempo necesario para reparar las fuerzas de un pueblo.
He aquí lo que nos distingue a los nacionalsocialistas del mundo intelectual burgués, el que reconocimos claramente las condiciones para la victoria sobre el marxismo y también en que actuamos conformemente.
La primera condición resultaba de la verdad de que una potencia dispuesta a matar el espíritu a través del terror no se dentendría ante la piadosa creencia de que sería posible detener al terror sólo a través del espíritu. El uso de medios de combate meramente espirituales tiene sentido sólo en tanto que todas las partes del pueblo estén absolutamente dispuestas a someterse al resultado de tal lucha espiritual. Pero en el momento en el que el marxismo lanzó entre las masas la consigna "¡Si no quieres ser mi hermano te romperé la cabeza!", un derecho, el del más fuerte, fue proclamado frente al que el espíritu o bien se le enfrentaba con esa misma arma o bien perdía su influencia y se transformaba así en algo sin importancia histórica.
Por otra parte, es evidente que no se puede esperar de ningún movimiento nada más que lo que le ha sido inculcado y enseñado en el curso de su formación.
Los partidos burgueses no podían superar y abandonar su mentalidad tradicional de la misma manera que, viceversa, el marxismo debía seguir siendo marxista. Pero más allá de esto hay que decir: es una conclusión falsa creer que con comunidades-partido que se han batido durante décadas con armas espirituales más o menos penosas se pueda improvisadamente realizar actos heroicos, de la misma manera que es una falsa conclusión creer que el marxismo, en última instancia, va a renunciar alguna vez a sus tendencias terroristas.
He aquí la razón por la que nunca debemos pensar, en relación con las organizaciones antiguas y pasadas, que una dirección nueva pueda cumplir también con ellas hechos de una naturaleza distinta. No se puede despertar en ninguna organización fuerzas que no existen ya dentro de sí misma. El espíritu que la ha engendrado y domina en su evolución permanente a buscado, encontrado y reunido a los individuos que son su esencia. Aquel que, como dice Clausewitz, eleva la falsa prudencia como ley soberana de un movimiento, no debe esperar un día descubrir en el mismo a fanáticos heroicos. Era así pues un error que, en los años 1919, 1920 y después, hombres que reconocían el peligro en que estaba la patria creyeran que un cambio de los dirigentes de los partidos burgueses transmitiría de súbito a estos últimos una fuerza capaz de aniquilar al enemigo interno.
Por el contrario, toda tentativa de dar a los partidos burgueses dirigentes de carácter ajeno al propio debía llevar al conflicto entre dirigentes y partidarios. Cuando se ha glorificado durante setenta años una falsa democracia, no se puede recurrir a la dictadura en el septuagésimo primero. Esto lleva a curiosas experiencias.
Para salir de situaciones embarazosas, tomaron prestados principios ajenos, sin creer seriamente en ellos. Partidos burgueses que eligen un dictador, pero con la condición tácita de que en realidad, no dicte nunca.
El problema con el marxismo exigía pues desde el principio una organización educada y apta por su misma naturaleza para ese combate. Sin embargo, necesitábamos para ello el tiempo necesario. Sólo aquel que considera la edad muy avanzada de los dirigentes políticos de las antípodas burguesas del marxismo, tiene la clave de la incomprensión total de esas clases hacia el método de lucha del joven movimiento nacionalsocialista.
Con pocas excepciones, la ancianidad mata el poder de procreación, no sólo físico, sino también espiritual. Queriendo ver por sí mismo la evolución y los resultados de su lucha, cada cual busca el método más fácil, que es el más rápido, para realizar sus ideas. Sin comprensión hacia la evolución orgánica, el intelectualismo desarraigado quiere, a través de una experiencia rápida, eludir la ley vital del crecimiento.
Por contra, el nacionalsocialismo estaba dispuesto desde el comienzo al largo y penoso trabajo que era la formación del instrumento, con el que contaba más tarde aniquilar el marxismo.
Sin embargo, ese camino no era comprendido por el espíritu superficial de nuestra burguesía politiquera, el joven movimiento no podía tomar su primera evolución sino en las clases que habían permanecido sin deformación espiritual, sencillas y por eso más próximas a la naturaleza.
Lo que la razón de los racionales no podía ver, el alma, el corazón y el instinto de esos hombres primitivos, simples, pero sanos, lo comprendía. Será así una de las tareas del futuro el restablecer la unidad del sentimiento y la razón, es decir de educar a ese tipo cándido para que, a partir de una inteligencia lúcida, reconozca las leyes eternas de la evolución y reencuentre así, conscientemente, el camino del instinto primitivo.
El nacionalsocialismo se puso en marcha en el pueblo.
Lanzando su llamada para la formación de un movimiento nuevo a la gran masa de nuestro pueblo, el nacionalsocialismo debía sugerir al pequeño número de los conversos, ante todo por una fe ardiente, el convertirse un día en los salvadores de la patria. Este problema de la educación en la seguridad y en la fe en sí mismo era tan importante como difícil.
Hombres que, por su origen social y económico, no ocupaban en su mayoría sino un rango subordinado, a menudo incluso humilde, debían obtener, desde el punto de vista político, la convicción de representar un día la cabeza de la nación.
El mismo combate que el nacionalsocialismo debía mantener contra enemigos muy superiores nos imponía el deber de fortalecer por todos los medios a cada combatiente en su confianza en el movimiento y, desde allí, en su confianza en sí mismo.
El mundo burgués no encontraba nunca sino ironía e irrisión hacia nuestro método de inculcar al pequeño movimiento de entonces la, así se creía, "megalomanía impertinente" de dirigir un día el Reich alemán. Y sin embargo, la fe fanática en la victoria del movimiento era la condición para todo el triunfo real posterior. En esa educación, el medio psicológico más precioso era, aparte del ejercicio cotidiano del combate, el acostumbrarnos al enemigo, y la demostración clara de la pertenencia a un gran y fuerte movimiento.
Nuestras asambleas en masa no servían únicamente para la adquisición de nuevos miembros, sino ante todo para endurecer y reconfortar a los ya ganados. Mientras que los dirigentes de antaño de nuestro mundo burgués hablaban del "trabajo en silencio" y se regalaban con profundos tratados por encima de sus tazas de té, el nacionalsocialismo se ponía en ese mismo tiempo en marcha dentro del pueblo. Hemos tenido cientos de miles de manifestaciones. Cientos y cientos de miles de veces nuestros oradores han estado en salas de reuniones, en la pequeña sala llena de humo de un hostal, en la gran arena de los deportes y en los estadios. Y cada nueva manifestación no sólo nos ha ganado nuevos hombres, sino, ante todo, reafirmado a los veteranos y los ha llenado de esa confianza sugestiva que es la condición de todo gran éxito.
Otros hablaban de democracia y evitaban al pueblo. El nacionalsocialismo hablaba de autoridad, pero ha combatido y luchado junto a ese pueblo como ningún otro movimiento anterior dentro de Alemania. Es por eso que los congresos del movimiento nacionalsocialista no fueron nunca comparables con esas disputas de diputados, secretarios de partidos y sindicatos querellantes que imponían su marca en los congresos de otras organizaciones.
El designio de los congresos nacionalsocialistas era:
1ºOfrecer al jefe del movimiento la posibilidad de renovar su contacto personal con todos los dirigentes del partido.
2º Unir los miembros del partido a los dirigentes.
3º Reafirmar a todos en común en la confianza de la victoria y dar grandes impulsos de naturaleza espiritual y psicológica para la continuación de la lucha.

Los primeros congresos del partido tuvieron lugar en 1920, 1921 y 1922. Eran asambleas generales ampliadas de los miembros del partido que, aquel entonces, se limitaba casi únicamente a Munich y Baviera.
Fue también Munich la que vio el primer congreso del partido del Reich, con delegados del resto de Alemania, el 27 de enero de 1923. A partir de noviembre de ese mismo año tuvo lugar la prohibición del movimiento.
Sólo tres años después celebrarmos en Weimar, la resurrección memorable de los congresos de nuestro partido.
En 1927 tuvo lugar el tercer congreso del partido del Reich y tuvo lugar por primera vez en Nuremberg, fracasó ante la resistencia de nuestros adversarios políticos, del gobierno bávaro de aquella época. Ese gobierno saboteó todo otro intento parecido durante tres años. Pero en cuanto a nuestro movimiento, el lugar de nuestro congreso del Reich debe ser para siempre la ciudad en la que pudimos por primera vez en una poderosa manifestación la nueva voluntad alemana.
Porque el dos de septiembre, hace diez años, después del hundimiento vergonzoso, tuvo lugar en esta ciudad, por primera vez en Alemania, con el nacionalsocialismo por guía, un despliegue grandioso, que no sólo fascinó a la jubilosa ciudad francona, sino que fue intuido en toda Alemania como el primer signo de una era nueva por venir.
Y, para despertar en el movimiento la conciencia de esta tradición venerable, celebraremos por siempre los congresos del Reich en este lugar.
Habéis sido pues llamados aquí al Quinto Congreso del Reich del NSDAP, que es el primero celebrado dentro del nuevo Reich alemán.
Un milagro se ha producido en Alemania. Lo que habíamos esperado durante largos años de nuestra lucha, lo que tanto creímos con fervor, aquello por lo que estábamos dispuestos a sacrificarlo todo, de ser necesario nuestra propia vida, se ha convertido en una realidad.
La revolución nacionalsocialista ha vencido al estado de la traición y el perjurio y restablecido en su lugar el reino del honor, de la fidelidad y la honestidad.
La gran oportunidad que nos corresponde a todos nosotros, es que no ha sido necesario ejecutar esa revolución como dirigentes de una "minoría histórica" en contra la mayoría de la nación alemana. Somos afortunados de estar libres de esa culpa por el hecho de que al final de nuestra lucha, el pueblo alemán en su gran mayoría se ha declarado a favor de nuestros principios desde ya antes del cambio de dirección. Así ha sido posible que una de las más grandes revoluciones haya podido ser realizada casi sin ninguna efusión de sangre.
Gracias a la excelente organización del movimiento, protagonista de esta revolución, el instrumento no se ha escapado en ningún momento de esa revolución histórica de las manos de los dirigentes.
Ninguna otra acción histórica de carácter similar podría ser comparable, en disciplina y orden interior, con el alzamiento nacionalsocialista, excepto la revolución fascista en Italia. Que hoy la gran mayoría del pueblo alemán esté de nuestro lado, en unión fiel al nuevo régimen, nos llena de una felicidad particular.
Porque es bello y ventajoso saber el poder en manos tan fuertes, pero es aún más bello y nos hace más felices poder reclamar como nuestros el amor y la simpatía del pueblo. Mientras estáis reunidos aquí en esta sala, millones de hombres y mujeres y la juventud alemana viven este día con nosotros. El movimiento nacionalsocialista se ha transformado en el Reich alemán, en el Estado alemán. La nación alemana marcha hoy detrás de los que antaño éramos la oposición. Y esto es también la garantía más segura para el éxito definitivo de nuestro trabajo.

Como un enfermo no podría ser curado únicamente por el arte del médico si su propio cuerpo no opusiera ninguna resistencia al fin anunciado, cuando la voluntad misma de seguir con vida se apaga, ningún pueblo puede ser arrancado a la decadencia sólo por sus dirigentes políticos si, como tal, se ha transformado en un pueblo sin valores internos, o si los dirigentes políticos no logran despertar y alistar para su salvación la voluntad de todos. Hace falta que las masas de la nación tomen parte de buen grado en la obra de reconquistar la libertad exterior. Incluso los problemas económicos, no pueden ser resueltos si el gobierno, para la realización de esas medidas, no consigue la confianza del pueblo entero.

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