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miércoles, 16 de febrero de 2011

Los medios de manipulación de masas

Al parecer, la correspondencia de J. D. Salinger con un amigo de juventud, reanudada a finales del los ochenta, revela que el mítico escritor tenía gustos tales como el tenis y las hamburguesas de Burguer King. Nada indicador del excéntrico anacoreta, misógino y pervertido alejado del mundo que se bebía su propia orina.

Parecer ser, también, que para sus vecinos de Cornish, el pueblo del estado de New Hampshire donde vivió casi toda su vida, Salinger era un tipo amable y considerado al que era absolutamente normal ver en el supermercado. Así que, tras más de cincuenta años de custodia y alimentación del monstruo, puede que, en la cueva, no hubiera más que un hombre que sólo quería vivir tranquilo.

Sean o no ciertos los rumores e informaciones, en uno u otro sentido, esto indica, una vez más, que los medios de comunicación pintan las visiones de nuestros cuadros generando perfiles y realidades falsas, o verdaderas, o semi falsas, o semi verdaderas. En España, enconcreto, todo esto unido a una sociedad condicionada por los sucesivos cambios en los planes de educación, nos ha regalado casi todas las realidades que hoy disfrutamos.

Desde un individuo incompetente y nefasto elevado por una mayoría a la presidencia del Gobierno como un gran líder, hasta un ex presidente tildado de asesino por una exitosa ingeniería radical, sin olvidar a una pobre mujer ignorante encumbrada y enriquecida en la televisión por contar su vida sin interés. Por ejemplo. Los medios hacen que todo esto sea cierto. O no, pues en cualquier momento todo puede cambiar y el rebaño sólo puede asentir.
Uno se pregunta si algún habitante de este mundo sabe realmente quién es. Los parámetros de conocimiento de esta circunstancia están en los medios que nos dirigen, que nos inducen hacia uno y otro lado. Pero esos parámetros no son verdaderos, y lo peor es que casi nadie es consciente de ello. Esos parámetros son como los principios de Groucho Marx: simplemente un vehículo conducido por otros.

Así, el famoso aparecerá ante la sociedad como los medios deseen, a no ser que los controle (y nunca es así sine die); y el anónimo aparecerá ante su círculo a imagen y semejanza de lo que los medios digan sobre los famosos, que funcionan como referentes, como guías falsos e inocentes (no siempre) de ese rebaño que irremisiblemente se somete al Gran Hermano de Orwell. Porque si se rebela, puede que como Salinger, un hombre corriente es, en mentira, un malvado cíclope de costumbres aberrantes.

MARIO DE LAS HERAS

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