José María Blanch Sabench
MEMORIAS DE UN SOLDADO DE LA DIVISIÓN AZUL
23x15 cms., 83 págs.,
Cubierta a todo color y plastificada brillo con solapas
P.V.P.: 12 €
Memorias de un soldado de la División Azul representa el testimonio único de uno de los miles de voluntarios españoles que, durante la Segunda Guerra Mundial, se unieron al ejército alemán para luchar contra el comunismo en el Frente de Leningrado.
El ex-divisionario José María Blanch relata su experiencia en el Frente Ruso como soldado del grupo de artillería de la División Azul y como intérprete de ruso y alemán, hecho que nos brinda la oportunidad de conocer de primera mano la diferente mentalidad de españoles, rusos y alemanes.
Lejos de ser una mera crónica bélica, estas memorias ofrecen una perspectiva diferente de la guerra, pues, sin olvidar en ningún momento su componente fundamentalmente trágico, nos muestran la cara mucho más amable de las relaciones humanas: el ambiente que día a día se respiraba en las unidades españolas y la inesperada corriente de simpatía que se creó entre los divisionarios españoles y la población rusa.
José María Blanch Sabench nace en San Feliú de Guíxols, Gerona, en 1923. Pasa parte de su infancia y adolescencia en Francia hasta apenas cumplidos 18 años, haciendo gala de un marcado espíritu militar y deseoso de vivir la experiencia de la guerra, viaja a Gerona para alistarse en la División Azul. Tras uno meses de instrucción en Barcelona y Calatayud, parte al Frente Ruso en mayo 1942. Debido a su facilidad para aprender idiomas, a lo largo de todo su servicio desempeña la función de intérprete, primero de alemán y más tarde de ruso. Tras dieciocho meses como divisionario en el grupo de artillería del Frente de Leningrado, regresa a España en noviembre de 1943.
“El espectáculo nocturno que se contemplaba desde la trinchera era fascinante. Unos hombres se afanaban alrededor de las ametralladoras por las que de vez en cuando salía una andanada de balas trazadoras de color rojo que dibujaban un haz luminoso en el aire. Las bengalas, de una parte y otra, se lanzaban hacia el cielo y descendían lentamente iluminando la tierra con una luz lívida, fantasmagórica, que hacía resaltar las sombras, al espectáculo visual se unía el ruido seco de las ametralladoras con el contrapunto grave de los disparos de la artillería… todo ello producía una impresión de irrealidad”.
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