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sábado, 13 de diciembre de 2008

Psicopatología del antifascismo. Análisis de una enfermedad del alma (Extracto del artículo)

La psicopatología del antifascismo

El alma antifascista, hoy, en el siglo XXI, oscila entre el complejo de culpabilidad y la frustración. De hecho, el propio antifascismo –especialmente el de sal gruesa y el de sal petri– queda comprendido entre ambos.
Un complejo de culpabilidad consiste en albergar la íntima convicción en el subconsciente de que se es culpable (por cualquier motivo: por pensar como un proletario y vivir como un burgués, por no vivir de papá y de mamá, pero ser incapaz de demostrarles aprecio, estima y cariño, por solidarizarse con la última “lucha de liberación” que se da en el último rincón del globo, pero ser incapaz de ir más allá, de esforzarse algo más o de llevar la solidaridad hasta extremos concretos y apreciables, y así sucesivamente.

Hay un hecho sociológico que vale la pena señalar: la abundancia de cristianos comprometidos o de individuos que han recibido una educación cristiana, que pueden encontrarse en ambientes antifascistas. De hecho, todo el independentismo catalanista actual tiene una matriz boy-scout que deriva de órdenes religiosas que en los años 60-90 inspiraron a este movimiento y le imbuyeron valores “cristianos”.

Los cristianos “comprometidos” han sido educados en la noción de “pecado”. El pecado es una falta por acción, omisión, pensamiento, etc. Un ser humano, peca simplemente por el hecho de levantarse de la cama, cuando preferiría seguir descansando (pecado de pereza). La noción de pecado y la imposibilidad de escapar al pecado, induce a un complejo de culpabilidad permanente.
Habitualmente, los complejos de culpabilidad crean un descenso en la autoestima que puede llegar incluso a la depresión o al suicidio. Desde el punto de vista psicológico es fundamental que quien está aquejado de un complejo de culpabilidad sea capaz de reconocer, mucho más que de albergarlo en los corredores más sombríos de su psique. La vida psicológica sana y normal es incompatible con la existencia de profundos complejos de culpabilidad. El proceso mental con el que la mente se resguarda de los efectos deletéreos de estos complejos es mediante la sublimación de los mismos: “Si, yo soy culpable porque me mato a pajas… si, yo soy culpable porque no hago lo suficiente por los niños del Brasil, si, yo soy culpable por que el mundo sufre y yo estoy aquí tan contento viviendo de papá y mamá… pero –y aquí viene la sublimación– hay otros que son MAS CULPABLES QUE YO: los fascistas, por ejemplo”.

Este proceso de sublimación conduce a la primera forma de antifascismo psicológico. ¿Qué es un antifa? Muy sencillo: alguien que se sabe culpable de algo, que ha desterrado ese complejo a las profundidades de su subconsciente y que cubre esa culpabilidad forjando la imagen de alguien más “culpable” que él.
Peor luego está el complejo de frustración. Es normal que todos, en la vida alberguemos ciertas frustraciones. Tenía un amigo cuya mamá quería que fuera Papa. Lo juro. La criatura no llegó a monaguillo. La madre le había inducido durante sus primeros quince años de vida con tanto énfasis su “vocación de papable” que, el pobre hombre, todavía hoy, no puede evitar un evidente complejo de frustración que ha sublimado comiendo. Va por los 140 kilos y seguirá engordando hasta el estallido final. A otros antifas les pasa exactamente lo mismo.

Podemos establecer una diferencia por edades. Habitualmente, antifas de más de 50 años responden a las mismas características: divorciados –se casaron con aquella chica que estaba en la célula del partido que se pudieron, finalmente, llevar al catre explicándoles las teorías de Antonio Gramsci, cuando la chica, en realidad, necesitaba otra cosa mucho más directa y portentosa-, amargados, sus hijos no les hacen ni caso –les han educado esmeradamente según los principios de la progresía y ahí están dándole al canuto o pateándose la pasta de papá–, han visto como todos sus ideales, sin excepción, se han hundido: ni revolución proletaria, ni proletariado revolucionario, ni el socialismo ni el comunismo han demostrado nada particularmente esperanzador en España, ya no creen en reformas sociales, ni siquiera en horizontes esperanzadores a nivel personal, se les ha hundido completamente el marxismo, son conscientes de que han estado defendiendo un detritus ideológico por el que no valía la pena ni perder dos minutos, y ya no tienen grandes esperanzas.

Carecen de futuro, por tanto, miran solo al pasado. Su vida ha sido una frustración permanente. De aquel pasado ya no queda nada: algunos miembros del PSUC fueron ministros del PP, los que quedan en el PCE o en el PSUC es porque no han encontrado el mejor momento para pasarse al PSOE, donde estaba el “mogollón”, donde “se pillaba”. Y estos, todavía, siguen más amargados. Lo único que les queda de su pasado es el recuerdo de que el “antifascismo” daba un sentido a su vida hasta 1976. Hoy el franquismo no existe, pero en algún pueblo, en algún lugar recóndito de la geografía española, ellos están dispuestos a encontrar una placa de una calle con el nombre de un jefe de centuria de Falange caído en una ignota batalla. El antifascismo une en estas pobres y peripatéticas figuras, el eco remoto de su juventud con algo de lo que hoy todavía se habla: la memoria histórica, la culpabilidad del fascismo, etc.
Hay otros, los de sal gruesa, que ven las cosas desde otro punto de vista. Son los más jóvenes. Muchos de ellos no se sienten competitivos, son verdaderos fracasos, subproductos de las leyes de educación promulgadas desde 1973. Para ellos, el “facha” es el “triunfador” (sea quien sea: desde Artur Mas, Carod-Rovira hasta el nano del cocodrilo en la parodia del pijauta del PP). No es que conciban la lucha de clases entre explotados y explotadores, es que la han traslado al terreno del éxito o el fracaso. El éxito representa el “fascismo”. Por eso es odiado. La frustración lleva al odio incondicional, irracional, visceral, sin apelación.

Esa falta de competitividad ideológico, personal, política, social, una característica demasiado evidente en todas las webs y blogs antifascistas.
Y luego están los antifas que, además, son independentistas. La pirueta de estos es notable: unen a la frustración personal, la frustración que atribuyen a una nación. La Catalunya que fue una parte del Reino de Aragón, no gana, batallas en solitario, desde el siglo XIII. Todas las conmemoraciones catalanistas lo son de derrotas, sublimando esas derrotas se oculta el complejo de frustración del independentismo. “El día que Catalunya sea libre, volverán los mejores tiempos” ¿cuáles? No importa, eso ocurrirá el día en que Catalunya sea libre. Entonces, la frustración desaparecerá porque no habrá con quien compararla. El independentismo reconstruirá la historia de Catalunya a partir de una única “victoria” a partir de la que se iniciará la “verdadera historia”: con la misma independencia. Es el viejo sueño mesiánico: la historia empieza conmigo, antes mío no hay nada. ¿Qué me impide ser yo mismo? La España fascista.

En realidad, el antifa independentista cubre el pasado mediante la reconstrucción de una historia ad usum delphini, y cubre el futuro (una Catalunya independiente es tan viable como un puesto de gominolas dentro de una clínica para diabéticos) situando el hecho triunfal de la independencia de Catalunya como un fin de la historia y una entrada en tiempos míticos en los que Catalunya “será rica i plena”.

Lo dicho ¿Es usted antifa? Muchacho, está usted como las maracas de Machín. Míreselo porque usted lo que tiene es un problema grande y no es precisamente el fascismo, sino su vida misma.
Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es

Para leer el artículo entero ir a la web http://infokrisis.blogia.com/2007/110702-psicopatologia-del-antifascismo.-analisis-de-una-enfermedad-del-alma.php

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