Hoy resultaba chocante escuchar a los locutores de los diversos informativos de nuestra telebasura abrir el sumario de noticias con un tono farisaicamente escandalizado. Estos encorbatados giliflautas suelen calificar de “presunto” a cualquier delincuente, aunque se trate de un etarra al que han pillado con la bomba en la mano o de un panchito empuñando el cuchillo con el que acaba de dejar lista de papeles a la prójima. Hoy, sin embargo, no dudaban en calificar de “asesinato” al hecho con el que abrían sus boletines. La extrañeza por esta poco habitual contundencia verbal se disipaba en cuanto mostraban las imágenes con las que ilustraban la noticia: frente a una sede judicial, una abigarrada y presumiblemente hedionda manada de jóvenes antifascistas (guarros, para entendernos) se agitaba gritona y malencarada.
Entre la abundancia de crestas de colores, cabellos grasientos y piercings en el hocico, destacaba el porcino rostro de Esteban Ibarra, muy serio en su papel de Gran Inquisidor Progre. El torquemada subvencionado se felicitaba de que hubiese un vídeo en el que se recogiesen los hechos, dando a entender que los jueces no iban a tener más remedio que condenar al malvado autor del espeluznante “asesinato”.
Sin muestra alguna de sonrojo, el famoso vídeo era mostrado a continuación. Cuando todos esperábamos contemplar un crimen digno de Jack el Destripador, vemos cómo un joven que iba solo en un vagón de Metro es repentinamente rodeado de una horda muy similar a la anteriormente citada que, bien provista de machetes, porras y puños americanos, comienza a agredirle. El joven, en defensa de su vida, blande una navaja con la que hiere a tres de sus agresores. El resto de la horda atacante, al observar la decidida reacción de su víctima, abandona cobardemente el vagón a pesar de su superioridad numérica. Vuelven en un número todavía mayor y comienzan a arrojar objetos, entre ellos un pesado extintor, al solitario joven que ha osado hacerles frente, con la clara intención de matarlo. El joven, no obstante, consigue escapar.
Hasta aquí los hechos mostrados en el vídeo.
Más tarde nos enteramos de que el agredido es un joven militar sospechoso de tener una ideología (oh, cielos) fascista y de que uno de los agresores, un violento pandillero que respondía al alias de “el Pollo” acabó espichándola. Ya sabemos que en boca del sanedrín habitual, aunque no tengan ni idea de quiénes fueron Italo Balbo o Ezra Pound, el vocablo “fascista” es la peor de las descalificaciones. Un “fascista”, según esta babosa fauna, no tiene derecho a defender su vida.
Sería curioso escuchar la misma noticia si, en lugar de ser el protagonista de la misma un joven soldado español, el que se hubiera defendido de una agresión multitudinaria, dejando seco a uno de sus atacantes, hubiera sido un moro, un panchito o un hampón del Este de Europa. En ese caso, la cloqueante cuadrilla periodística hubiera hablado de “valor cívico”, “dignidad democrática” y sandeces similares.
Mucho nos tememos que nuestros poco aguerridos jueces se dejen influir por la maloliente muchedumbre que hemos oído ladrar a la puerta del Juzgado y se olviden de conceptos básicos del Derecho Penal como el de la legítima defensa. Al fin y al cabo, el que se defendió no era más que un “fascista”.
Extraido del blog http://antorchanegra.blogspot.com/
Entre la abundancia de crestas de colores, cabellos grasientos y piercings en el hocico, destacaba el porcino rostro de Esteban Ibarra, muy serio en su papel de Gran Inquisidor Progre. El torquemada subvencionado se felicitaba de que hubiese un vídeo en el que se recogiesen los hechos, dando a entender que los jueces no iban a tener más remedio que condenar al malvado autor del espeluznante “asesinato”.
Sin muestra alguna de sonrojo, el famoso vídeo era mostrado a continuación. Cuando todos esperábamos contemplar un crimen digno de Jack el Destripador, vemos cómo un joven que iba solo en un vagón de Metro es repentinamente rodeado de una horda muy similar a la anteriormente citada que, bien provista de machetes, porras y puños americanos, comienza a agredirle. El joven, en defensa de su vida, blande una navaja con la que hiere a tres de sus agresores. El resto de la horda atacante, al observar la decidida reacción de su víctima, abandona cobardemente el vagón a pesar de su superioridad numérica. Vuelven en un número todavía mayor y comienzan a arrojar objetos, entre ellos un pesado extintor, al solitario joven que ha osado hacerles frente, con la clara intención de matarlo. El joven, no obstante, consigue escapar.
Hasta aquí los hechos mostrados en el vídeo.
Más tarde nos enteramos de que el agredido es un joven militar sospechoso de tener una ideología (oh, cielos) fascista y de que uno de los agresores, un violento pandillero que respondía al alias de “el Pollo” acabó espichándola. Ya sabemos que en boca del sanedrín habitual, aunque no tengan ni idea de quiénes fueron Italo Balbo o Ezra Pound, el vocablo “fascista” es la peor de las descalificaciones. Un “fascista”, según esta babosa fauna, no tiene derecho a defender su vida.
Sería curioso escuchar la misma noticia si, en lugar de ser el protagonista de la misma un joven soldado español, el que se hubiera defendido de una agresión multitudinaria, dejando seco a uno de sus atacantes, hubiera sido un moro, un panchito o un hampón del Este de Europa. En ese caso, la cloqueante cuadrilla periodística hubiera hablado de “valor cívico”, “dignidad democrática” y sandeces similares.
Mucho nos tememos que nuestros poco aguerridos jueces se dejen influir por la maloliente muchedumbre que hemos oído ladrar a la puerta del Juzgado y se olviden de conceptos básicos del Derecho Penal como el de la legítima defensa. Al fin y al cabo, el que se defendió no era más que un “fascista”.
Extraido del blog http://antorchanegra.blogspot.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario