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miércoles, 17 de septiembre de 2008

Carta abierta al Pueblo español (R.S. Ynestrillas).

Vivimos en estos días la provocación manifiesta y descarada de Ibarreche que consiguió el respaldo institucional del tripartito vasco, además de los votos de Aralar. Se trata, ni más ni menos, que del intento de llevar a cabo una supuesta “consulta popular” plena de ingenuidad y de buenas intenciones. Una “consulta” a través de la cual se pretende poner de manifiesto la “opresión” terrible que padece el pueblo vasco de forma histórica –nos dicen sus promotores- y la intención más que evidente de pasar página de los atroces crímenes cometidos por la banda terrorista ETA sin entrega de armas, sin rendición de cuentas y sin pago alguno de condena por horribles crímenes contra la humanidad.

Afortunadamente el Tribunal Constitucional ha declarado inconstitucional esta “consulta” y declarado nula la ley del parlamento vasco que la amparaba. Básicamente porque invade competencias exclusivas del Estado y que sólo a él le competerían. Esto es lo que no les queda claro a unos cuantos miles de españoles.

Hay quienes nos quieren vender la moto de que lo razonable y lo justo, lo democrático y solidario, es debatir o discutir sobre cualquier asunto porque, nos dicen, “todo es discutible” en un Estado democrático y de Derecho”. Que lo que realmente es improcedente e inicuo es la violencia pero que por cauces democráticos cualquier cosa puede y debe ser discutible.

Quienes esto afirman no se dan cuenta de que los mayores crímenes pueden cometerse con una sonrisa en los labios y sin el empleo de violencia alguna. Las grandes estafas, los fraudes, la venta de droga, la seducción a menores o la pedofilia, el comercio con inmigrantes, la trata de blancas, etc., etc. etc.
Y que muchas respuestas violentas de las naciones a lo largo de la historia no han sido sino actos heroicos de los pueblos tratando de proteger su propia existencia, o valores tan supremos e inatacables como el de la Justicia y la Libertad.

A veces se nos acusa a las “víctimas del terrorismo” de ser vengativas, rencorosas y odiosas. Como si lo de “víctima” fuera una profesión o una característica personal o social, una peculiaridad que nos acompaña de forma libremente escogida y voluntaria.

Particularmente jamás he querido ser “víctima” de nada, ni desde luego ejercer como tal. Quienes hemos padecido el fenómeno abyecto de la violencia terrorista en carne propia deberíamos detenernos a profundizar sobre cuáles son las causas que llevaron a un grupo de descerebrados a asesinar, por la espalda y sin posibilidad de defensa, a nuestros familiares. Si ellos en verdad murieron por algo noble y digno, como su pueblo o su Patria, o si nosotros, sus descendientes o ascendientes, podemos convertir su sacrificio en meros accidentes circunstanciales y a nada que profundicemos unos minutos llegaremos a la conclusión de que la verdadera razón de su asesinato nace en una “pacífica” determinación tomada en el silencio sosegado de algún despacho de Sabino Arana y de los que han sido sus imitadores y ladinos sucesores.

Son las determinaciones injustas, por muy pacíficas y sosegadas que se nos muestren, las que provocan las reacciones que acaban en injusticias, asesinatos y atrocidades. No pueden desvincularse las unas de la otras.

Quienes lo hagan, al menos, yerran. Y yerran además gravemente. He defendido muchas veces el argumento de que lo peor de ETA no es el hecho de que asesine personas inocentes, con todo lo que ello implica de ruin y de aberrante. Esto es solo la consecuencia. Lo realmente diabólico de ETA es que obedece exactamente al mismo plan preconcebido de asesinar la esencia de España arrancándola un pedazo y sembrando de cadáveres sus campos y ciudades si con ello consiguen su propósito.

Son las decisiones de despacho, democráticas, pacíficas y sosegadas, como la que ahora acaba de impedir el Tribunal Constitucional con su pronunciamiento en contra del referéndum ilegal de Ibarreche, las que promueven que un grupito de canallas sieguen la vida de los españoles por el mero hecho de serlo y generen enfrentamientos armados sin razón, sin argumento jurídicos, históricos o legales posibles.

Por ello, atajar el problema nunca puede ser eliminar sus consecuencias, sus síntomas, sus podridos frutos, sino atajar y eliminar la causa, el verdadero origen del mal: el independentismo.

Ricardo Sáenz de Ynestrillas

Extraído de la web: http://www.avt.org/docs/cartas/15092008.DOC

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